miércoles, 7 de julio de 2021

2 Hölderlin


 
Friedrich Hölderlin entró becado al seminario de Tubinga en 1788. Allí, en 1791 se hizo amigo de Hegel y de Schelling. Con ellos, estudió a Platón y la mitología y cultura helénicas; se empleó como preceptor; una actividad que nunca le exigió comprometerse por mucho tiempo. Publicó un fragmento del Hiperión en su revista Thalia. Conoció a Susette, una mujer casada con quien sostuvo «una eterna, feliz y sagrada amistad»; la incorporó a su obra como un personaje que llamó «Diotima». En 1799 finalizó su novela epistolar Hiperión y empezó su tragedia La muerte de Empédocles. 

Desde 1800 se dedicó a la poesía; sus himnos se vieron especialmente impactados por su traducción de Píndaro; tradujo también a Sófocles. Poco tiempo después de que aparecieron los primeros síntomas de su esquizofrenia (1802), se enteró de la muerte de Susette, en Frankfurt (1803). Tras un período de gran violencia, su trastorno mental remitió. Pudo entonces escribir El único y Patmos, dos de sus obras maestras. Sus crisis mentales se hicieron cada vez más frecuentes, hasta que en 1806 fue internado en una clínica de Tubinga; el año siguiente, un ebanista, entusiasta lector de Hiperión, lo acogió en su casa, hasta su muerte.


Hölderlin escribió El archipiélago en 1800, en la cúspide de su poder creativo, poco antes de empezar a sumergirse en el océano de la locura; ese año decidió que consagraría su vida a la poesía. Lo escribió siguiendo la métrica de Homero y de Hesíodo, el hexámetro dactílico; perseguía de esta manera cierta armonía inmaculada. Abre con una serie de preguntas que afirman una ausencia e invocan un retorno. Grecia, sus islas, su mar, sus héroes, sus guerras y sus dioses: «¿Vuelven las grullas a ti y buscan de nuevo los barcos la ruta hacia tus costas?». 


El archipiélago
es un canto al Egeo y una plegaria a Poseidón. Las alas y las velas precisan cierto dinamismo sutil, silencioso, que será trasversal hasta el verso final. La pregunta por Jonia evoca la cuna de la filosofía; además, cuenta la leyenda que el vuelo de las grullas inspiró las letras del alfabeto, un origen sin principio. En El archipiélago, la naturaleza es aún visible: la serie de preguntas abre la posibilidad de afirmar su tierra, su cielo y su historia. 

El absolutismo ahogaba a su patria, gobernada por un duque despótico que vendía jóvenes como soldados a otros Estados. Si la Revolución Francesa, había sido una esperanza de renovación política, Napoleón invitaba al escepticismo; la mitificación de la democracia ateniense cobró así la intensidad lírica de la interrogación: «¿dónde está Atenas?, ¿está tu amada ciudad sobre las urnas de los maestros, en orillas sagradas, oh dios trágico, reducida a cenizas?» De esta manera, Hölderlin reitera el nombre de la esperanza que, ante su mirada, la historia desdibuja.